Un día caminando por las callejuelas del centro antiguo de la ciudad, descubrí un pequeño local que, visto desde fuera, no parecía muy interesante. La fachada estaba pintada toda en blanco y con puerta y escaparate de madera teñido de rojo, su nombre era "La puerta" y, en principio, pensé que era una tienda de puertas antiguas... que equivocada estaba!
Dentro no había casi luz pero sí había muchas cosas: libros viejos, sillas, collares, lámparas, botellas de cristal, cuadros, estatuas pequeñas y grandes, etc. etc. y, lo que más me gustó, una caja de madera llena de piedras preciosas (no por su valor sino por su belleza).
Está claro que tenía que llevarme algo... y así fue... me llevé una piedra redonda que, según el dueño de la tienda Tomás (del que ya os hablaré con más detenimiento otro día), era un ágata natural y había pertenecido a una amiga suya; ésta se la había dado para que la vendiera y así perdurara su historia.
Su historia no era otra que un amor no correspondido en la juventud pero si recuperado en la madurez.
Compré la piedra pensando que era como un amuleto de buena suerte en el amor, que tarde o temprano siempre llega...
Dentro no había casi luz pero sí había muchas cosas: libros viejos, sillas, collares, lámparas, botellas de cristal, cuadros, estatuas pequeñas y grandes, etc. etc. y, lo que más me gustó, una caja de madera llena de piedras preciosas (no por su valor sino por su belleza).
Está claro que tenía que llevarme algo... y así fue... me llevé una piedra redonda que, según el dueño de la tienda Tomás (del que ya os hablaré con más detenimiento otro día), era un ágata natural y había pertenecido a una amiga suya; ésta se la había dado para que la vendiera y así perdurara su historia.
Su historia no era otra que un amor no correspondido en la juventud pero si recuperado en la madurez.
Compré la piedra pensando que era como un amuleto de buena suerte en el amor, que tarde o temprano siempre llega...
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